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Grupo esperando la salida del vuelo Ryanair desde la puerta de embarque del aeropuerto de Alicante con destino Barcelona |
Últimamente intento no viajar en avión. Prefiero el burro o la bicicleta. Y no es porque no me guste volar, que me encanta. Es por un tema de costes económicos; mi psiquiatra me desploma la mastercard cada vez que voy a verle.
Siempre he sido amigo de las "low cost", incluso anteponiéndolas a las compañías regulares. Pero ya lo mismo me da Ana que su hermana. Nunca entenderé porqué comiendo muchos huevos me estalla el hígado y porqué comiendo mucho hígado, no me estallan los huevos, con perdón. Así que ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio. Yo evito el avión a toda "cost" y, como Juan Palomo, a tomar por saco.
La gota que colmó el vaso me sucedió la otra semana en el aeropuerto de Alicante. Debía tomar un vuelo intercontinental a Barcelona, de esos larguísimos que duran 35 minutos en el aire. Me encontraba con mi acompañante en Murcia, esa tierra del "acho, huevoh, pijo" a unos 67 grados Celsius a la sombra. Como debía estar cuatro días con sus cuatro noches en la ciudad Condal y mi viaje no tenía regreso a Murcia en avión, opté por pagar 80 euros de taxi hasta el aeropuerto de El Altet. Puesto que mi acompañante se enerva si coge un avión con el tiempo justo, salimos de la capital de la Costa Cálida dos horas y media antes de la salida prevista del vuelo. En cuarenta minutos ya estaba fumando un pitillo en la puerta de salidas antes de la facturación. Una vez pasado por el "detector de estúpidos", que diga, de equipaje, localicé rápidamente nuestra puerta de embarque. Aún faltaba una hora y cuarto para la salida prevista del vuelo y la cola ya estaba hecha. Sí, es increíble pero cierto. Yo no sé que pasa últimamente con las colas de las puertas de embarque pero aunque queden dos horas para embarcar ya estamos todos esperando de pie. No sé si es miedo a volar, miedo a que te quedes sin tu pedazo de sitio para poner la maleta, o simplemente gilipollez supina de estar de pinonino esperando a Godot, como un pasmarote.
Bien, sucedió esta vez, y casi todas, que el vuelo llevaba retraso y nos comunicaron que en media hora nos informarían de las novedades. Mi acompañante maldijo su suerte, y la mía. Nos arrepentimos de viajar a Barcelona desde Alicante en avión, una vez más y nos fuimos a la cafetería para olvidar las penas. Eran las nueve y media de la noche. El vuelo, tenía su salida prevista a las nueve. Pero cual fue mi sorpresa que, exceptuándome a mí y a mi acompañante, ningún ser vivo más abandonó la numerosa cola de la puerta de embarque. Sentí cierta inquietud puesto que llegué a pensar si algún fenómeno paranormal estaba sucediendo, tipo El Ángel Exterminador de Buñuel, o una cosa así. Pero no, simplemente era la tozudez humana que, sin saber siquiera si su vuelo iba a partir, continuaban en la asquerosa cola de embarque. Algunos pedían a sus maletas que les guardaran el turno mientras iban a hacer pipí o comprar una cocacola.
Lo de que nos avisaban a la media hora, era mentira, lógicamente. Una hora después, cuando mi acompañante ya comenzaba a insultarme, como si yo tuviera la culpa del retraso, anunciaron por megafonía el cambio de la puerta de embarque. Así que se hizo realidad la frase de Nuestro Señor Jesucristo, "los últimos serán los primeros". Un señor calvo que estaba el primero, entradito en años y en kilos, salió zumbando hasta la otra punta de la terminal. Obviamente, después de dos infartos, llegó el último a la nueva puerta, maldiciendo su suerte en no sé qué idioma. Daba la casualidad que mi acompañante y yo nos encontrábamos en una cafetería muy cercana a la nueva puerta y, esta vez, nos pusimos casi los primeros en la cola. Eran las diez y media de la noche.
A las once y media, continuábamos en la misma cola sin información alguna. Había sucumbido al síndrome de la cola y ya, pasara lo que pasara, no me movía nadie de ahí salvo cambio nuevamente de puerta. Mi acompañante ya empezaba a gritar y si un azafato de Ryanair se le pone por delante en ese momento, se lo merienda. A las doce de la noche, abren la puerta de embarque y comenzamos el abordaje del avión. En ese momento, se habría cumplido el tiempo para haber llegado a Barcelona en coche, aún estábamos en Alicante.
Ni Perry dió ninguna explicación, como son ingleses. Lo único que me acuerdo fue que el check-in del hotel Casa Fuster, lo hicimos a las dos de la mañana, cuando la previsión era a las diez y media de la noche. Me encantó el hotel pero de eso ya hablaremos más adelante.