¿Qué pretende este blog?


Mi blog pretende realizar una crítica, lo más completa posible, de los principales hoteles europeos, así como proporcionar instrucciones y usos de protocolo y buenas maneras tanto a los profesionales del sector como a los huéspedes de los establecimientos. Como se observa, todo está basado en la independencia que me caracteriza, no perteneciendo a ninguna empresa relacionada con este mundo. Soy un consultor independiente. Personalmente he visitado cada uno de los locales de los que hablo en este blog.
Es mi capricho, del que llevo disfrutando varios años y quiero poner mis conocimientos y opiniones a disposición de todo aquel que quiera leerlos.
La idea surgió al no encontrar nada en la red - ni siquiera en inglés - sobre auténticas críticas de hoteles, al margen de comentarios de clientes enfadados que "cuelgan" sus quejas en distintas webs como un simple "derecho al pataleo" sin intento alguno de asesorar, construir o mejorar.
Muchas gracias por vuestra atención y colaboración.

martes, 20 de septiembre de 2011

Dolores de spa-lda





Hace poco, en el spa de un gran hotel italiano de la Costa Amalfitana, tuve una experiencia que quiero relatar a continuación. Y es que soy un hombre contumaz. Tengo dolores de espalda, como el 99% de la población mundial, pero claro, los míos son más agudos y graves que los del resto. Al ser un hombre poco deportista -es una absurda expresión puesto que no hago deporte desde el bachiller-, tengo los músculos de la espalda menos desarrollados que una larva de mosquito. Mi traumatólogo, al que le exijo el milagro de que me cure tales dolencias, siempre me indica que no hay más solución que fortalecer los lumbares, cervicales y la zona trapezoidal porque la tengo (la espalda) más blanda que un merengue. Y ese endurecimiento o fortalecimiento sólo es posible con un milagro o haciendo deporte. Siempre evado la segunda opción, intentando quedarme con la primera. Sinceramente no sé cual de las dos es más factible en mi persona.

Pues bien, como siempre estoy esperando esa curación milagrosa, devoro el menú de tratamientos de los spas de los hoteles que visito. Hay que partir de la premisa, como ya he indicado en otros escritos, que no me gusta que me soben, soy un tanto reacio a recibir tratamientos estéticos tales como envolturas, pillings y metrosexualidades varias, algo que a mi acompañante le chifla y no puede soportar no envolverse como una croqueta en cualquier sustancia densa con el fin de conseguir una piel tersa y brillante, de terciopelo; aunque sea sólo por un día y medio -es lo que suele durar el efecto-.
Por tanto, voy directamente a los masajes. Mi acompañante, recordándome pasados acontecimientos a olvidar con tales intervenciones (les aconsejo, si no lo han hecho ya, que consulten este post), siempre intenta que decline tales medidas pero como soy un terco obcecado y, no olvidemos, busco el milagro de mi curación, mi inconsciente cree que con un tratamiento de 50 minutos, renaceré nuevo, con la espalda de Jean Cleaud Van Dame, tipo "levántate y anda". Como pasa siempre, desoí las indicaciones de mi acompañante, algo de lo que me arrepentí nada más acabar la terapia, y aún terminándola.

Concerté cita con reservas del spa para un masaje descontracturante, que incidía directamente en las dolencias de espalda. Dos horas antes de comenzar, ya me encontraba nervioso puesto que en mi contradicción absoluta, grito de dolor cuando se ejerce presión en cualquier punto de mi espalda, lógicamente debido a su debilidad. Eso, aparte de vaciar el botiquín de antiinflamatorios al acabar el manoseo. Es tal el miedo, que utilizo los primeros veinte minutos para explicar al terapeuta cuál es mi situación con el fin de que no me haga daño. Pero esta vez, fue tal mi exposición, llena de imploraciones y ruegos, que decidió cambiar el tratamiento por otro más indicado a mi situación.

¿No le han entregado el tanga desechable? -Me indicó amablemente el terapeuta. Esta vez, por fin, no me había tocado un mastodonte de dos por dos con la espalda tipo armario empotrado y una edad más cercana a la jubilación que a la Universidad. Era un chico más bien bajo, bien parecido, y de complexión muy fina, rubio con ojos azules y de sonrisa serena. Le contesté que sí, que me lo habían entregado pero que prefería utilizar mi traje de baño. Eso que te dan a la entrada del spa, en los vestuarios, debería estar prohibido para los hombres. Una vez me puse uno y me miré al espejo; lloré amargamente de la vergüenza que me causé a mí mismo. Juré nunca más volver a utilizarlo. Lógicamente no le expliqué al profesional el porqué de mi negativa. Seguramente le di la impresión de ser un remilgado vergonzoso. Pero me dió igual. Prefiero quedar de ñoño que de sátiro impúdico con semejante prenda -por llamar a ese papel de alguna manera-.

Al acabar mi "spich" de náusea existencial sobre mi espalda, pude cerciorarme que al terapeuta le había importado un bledo todo lo dicho y creo que más por miedo que por otra cosa, me dijo lo siguiente.
Mire usted, esta vez, posiblemente, no vamos a "entrar" (me imagino que sería a la espalda). Comenzaremos por una sesión de ultrasonidos que incidirán positivamente sobre su región lumbar. Posteriormente continuaremos con una auriculoterapia que le relejará toda la zona. Acabaremos con una reflexología de pies incidiendo en las terminaciones que nos interesan y una envoltura en lava volcánica para tonificar esos mantecosos músculos de su espalda.

Al acabar de escucharle, tuve miedo. Eso de la auriculoterapia me sonaba mal y no me atreví por vergüenza a que me explicara más en profundidad su significado. Aparte, yo creía haberle dicho que me dolía la espalda y nada de lo que me había indicado parecía que fuera destinado anatómicamente a esa parte de mi cuerpo. Pero, impactado, no me dio tiempo a reaccionar y en un minuto me ví tumbado en la camilla boca arriba. 

¡No se acueste usted!, me dijo. Póngase sentado que le voy a pasar la máquina. Pegué un brinco y tras diez minutos de ultrasonidos, tenía la cadera doblada de la postura tan incómoda en la que me encontraba. Bien, me comentó Titto, ese era el nombre del fisioterapeuta. Seguro que se encuentra algo mejor. Pues sí, le dije. Parece que no me duele tanto. Eso era mentira porque no había notado nada salvo lo incómodo que me encontraba sentado en esa camilla tan alta -más parecida a un altar de sacrificios azteca que a una cama- ya que no me llegaban los piés al suelo.
Acuéstese ahora boca arriba para proceder a la auriculoterapia. Ello me tranquilizó puesto que esa postura no dejaba al aire la parte de mi cuerpo a la que yo creía que iba destinada tal intervención. De repente y sin avisar, Titto, me empieza a destrozar las orejas con tal fuerza y presión que no sentía desde mi edad escolar, cuando algún profesor me levantaba en peso por alguna de ellas. Diez interminables minutos después, acabó de ejercitar dicha presión. Le he tocado los puntos que inciden directamente sobre su espalda para que note mejoría. Yo no sé si tenía mejor o peor los puntos pero las orejas me echaban fuego, rojas como un tomate e indirectamente, Titto, comenzaba a tocarme otra cosa.

Ahora vamos a proceder a una pequeña sesión de reflexología en los pies. Mire usted, Titto, tengo muchas cosquillas y no sé cómo lo voy a soportar. La reflexología no da cosquillas, caballero, me dijo. Y su puñetera madre que no da cosquillas. Era tal la fuerza con la que me presionaba los piés que más que cosquillas era un intenso dolor que no daba, en ningún momento, márgen a ningún tipo de placer. Terminada la dolorosa sesión, por fin, de reflexología, dí gracias a Dios, me levanté como bien pude de la camilla de tratamientos y me empecé a poner el albornoz. ¿Pero qué está usted haciendo? -Me dijo Titto. Pues ponerme el albornoz -le dije. No hemos terminado. Aún queda el tratamiento envolvente en lava volcánica. Estuve a punto de mandarlo a tomar por saco pero, cortésmente, como oveja llevada al matadero, volví a desprenderme de la tan ansiada prenda y me subí al potro de tortura, cabizbajo, interiormente cagándome en mi pena y pidiendo disculpas. Miré el reloj y llevábamos una hora y cinco minutos, cuando el total estipulado de la sesión era de cincuenta minutos; pero claro, no hay que olvidar que Titto, oída mi náusea existencial del principio, optó por cambiar el tratamiento, que coincidencia que fuera a más y no a menos tiempo utilizado.

Bien, acuéstese boca arriba en esta otra camilla que tengo preparada con un barro especial de lava volcánica. Va a estar veinte minutos en ella. Notará, al principio, que está muy fría. Conforme vaya avanzando el tiempo sentirá que se irá calentando y acabará notando unas burbujas al final. No se preocupe que la sensación es agradable. Obedecí en todo lo que me exhortaba Titto y, si bien es cierto que al tumbarme noté frío, lo agradecí puesto que mi cuerpo, entre el calentón de las orejas, la espalda destrozada y los pies descoyunturados, no estaba ya para muchos trotes. Pero eso se iba poniendo caliente, y más caliente. Si bien es cierto que no llegaba a quemar, llegué a sentir al mismísimo Vesubio en mi espalda vertiendo lava a cantidades ingentes. Unas burbujas, similares a las del arroz cuando se está cuajando, no paraban de brotar rompiéndose en mi espalda. En ese momento, se me saltaron las lágrimas, no tanto de dolor sino recordando las palabras de mi acompañante disuadiéndome de los tratamientos de masaje y recomendándome un tratamiento facial de luminosidad instantánea y rescatador de la piel. ¡Qué imbécil soy! -pensé. Ya habrá acabado de darse el suyo y yo aquí sufriendo. Y más que sufrí cuando firmé la factura a la salida.
Cuando la lava volcánica se iba enfriando, Titto, la retiró y limpió la zona afectada que no llegó a ser nombrada catástrofe natural, pero casi.

¿A que se siente usted, ahora que hemos acabado, mucho mejor? Por supuesto, Titto, tiene usted unas manos de santo. Eso fue lo que le dije pero, obviamente, sólo pensaba en su padre. Mientras -esta vez correctamente-  me vestía el albornoz, el terapeuta me indicó que semanalmente debía, en mi lugar de origen, aplicarme lo mismo que él había hecho en un centro especializado para ello. Yo le afirmé que sería lo primero que haría al llegar a mi ciudad de residencia, sólo quería que se callara y me dejara ir de una vez. Pásese por la piscina de tratamientos y relájese unos diez minutos más, antes de marchar, me dijo. Le despedí con un apretón de manos, de esos lánguidos porque no me quedaban fuerzas, dándole la impresión de que me había curado y fui, doblado, arrastrando los pies, directamente a los vestuarios puesto que me estaba haciendo pipí.
Antes de tirar de la cadena noté cómo un ruido salía del armario de las taquillas, que se hacía más intenso cercano al número 15, que era la mía. La abrí y era el vibrador de mi teléfono que echaba humo de WhatsApp de mi acompañante con agradables mensajes tales como "Imbécil, dónde te metes", "Hace media hora que he terminado", "Te espero en la habitación, subnormal" y piropos varios. Rápidamente me cambié de ropa, firmé la dolorosa -que vaya si era dolorosa-, era el doble de lo que esperaba y me fui corriendo como pude a la habitación para reunirme con mi acompañante. Una vez tomado dos sobres de ibuprofeno por el dolor que sentía, le comenté todo lo acaecido. -Te lo dije, nunca me haces caso. Siempre te das masajes y acabas una semana que no te puedes mover. Mira mi piel, suave, tersa, luminosa, como de terciopelo. Si hubieras hecho lo que te dije te habrían quitado toda la grasa acumulada en tu cabezón y no estarías como un deshecho.

Sí, mi cielo, tienes toda la razón.

1 comentario:

  1. Una vez más te tengo que decir que no puedo evitar esbozar una sonrisa según voy leyendo el blog, ya que me imagino la situación y a pesar de lo “desagradable” del momento, la gracia e inteligencia que empleas para reflejar las visicitudes que padeciste un dia de spa, consiguen que además de hacernos pasar un rato entretenido, aprendamos un poco más del devenir de una estancia en cualquier establecimiento de lujo, de tus experiencias y anécdotas.
    Pues la verdad, me sorprende que te marcharas de allí sin haber comentado algo, ya que después de pagar un servicio, que encima no era el solicitado… te dejen “baldado”, lo más normal era haber reflejado tu disconformidad con el mismo.
    Yo por mi parte te puedo comentar dos anécdotas del mismo establecimiento y si… es sobre el bahía del duque, en una ocasión hace dos años a mi mujer le aplicaron un masaje Tahilandés, quizás por ignorancia por parte de mi mujer, o falta de comunicación con la terapeuta, al día siguiente casi no podía mover el cuello, se encontraba bastante mal. Fuimos de nuevo al Spa ya que teníamos otro tratamiento al día siguiente y al comentar en recepción que le había ocurrido, inmediatamente apareció la responsable de terapeutas y la mando pasar con ella, pues nada cambio el programa que tenía para ese día y le realizo una serie de tratamientos para descongestionar la zona, para relajarla… en cuestión de un par de horas no te voy a decir que saliera nueva, pero desde luego se encontraba muchísimo mejor, a la hora de firmar el cargo del servicio, nos dijeron que de eso nada, que no nos preocupáramos.

    El caso contrario fue el mío, por desgracia mi inglés deja muchiiiiisimo que desear, y me trató una terapeuta Filipina quiero recordar, acababa de llegar al país, su Inglés debía dejar casi tanto que desear como el mío, bueno bastante mejor, pero de Castellano nada de nada, así que nuestra comunicación fue nula, y claro si no existe esa “complicidad” a la hora de realizar un tratamiento, mi experiencia me dice que nunca es satisfactorio, termine el mismo, y para la habitación, cuando finalizamos la estancia tenemos la costumbre de enviar una carta a la dirección con nuestra experiencia, y comente el tema de la terapeuta, como siempre me responden en tiempo y forma de una manera exquisita, y me dijeron porque no había dicho nada, que lo tendrían en cuenta y que desde ese momento no me volvería a atender alguien que no supiera castellano, y en efecto al año siguiente en nuestra ficha allí estaba la referencia.

    Pues nada Alfredo como veras mis comentarios son casi tan extensos como tu blog, (exagerando un pelín) lo único mucho menos enriquecedores, agradecerte una vez más las molestias que te tomas en contarnos tus experiencias, que no te quepa la menor duda, al menos en mi caso son de gran ayuda.

    Un saludo, Julio.

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